(...)
Allá por donde iba, una rara melancolía
Rozaba mis entrañas pensando en todo lo que perdía.
(...)
Vivía sin cesar de esta manera el día a día
Dejando todo atrás, mirando hacia otro lado para no enfrentarme a lo que debía.
Cansadas de mis decisiones
Las Parcas cumplieron mi destino,
Cortaron mi hilo antes de tiempo sólo por diversión
pues creyeron que en el inframundo estaría mucho mejor
y que allí aprendería el verdadero sentido de culpabilidad y sumisión.
Descendí al Tartaro más profundo que podáis imaginar,
Pagué a Caronte para en su barca la laguna Estigia poder cruzar,
Veía los cadáveres en sus turbias aguas intentar trepar,
Agitaban la barca que por mis ruegos no llegó a volcar.
como la mezcla de mil desiertos en mil días sin nocturnidad.
Intenté atravesar los nueve círculos de Dante,
Al igual que él, llevaba a Virgilio como ayudante.
Me apiadé del Limbo, pero dejé allí a esas personas, por miedo, al instante.
Temí no avanzar más del segundo círculo,
Pues allí castigaban a las almas pecadoras y los lujuriosos.
Allí conocí a Dido, en mis manos tuve tan bello rostro
que me apiadé de su final desastroso.
Me enfrenté a Cerbero, que con ladridos humeantes
frenaba mi paso al siguiente nivel sin opción a calmarle.
Cuando vi a Orfeo, le pedí ayuda con el can sin miedo.
pues en vida lo quise tener todo y para ello no controlé con pericia.
Avancé a lo largo del quinto, con gran pesar en mi conciencia,
pues sabía que en ese mismo me tacharían con la pereza.
Superé a las furias, pues atacan a los asesinos y yo no pecaba de crimen,
por lo que no supusieron venganza contra mí ni contra nadie mientras que no las timen.
Pues ninguno de los dos me vio llegar.
En cuanto a los herejes que veía abrasados,
Me cuidé de agachar la cabeza y mirar hacia otro lado.
Crucé a nado el Flegetonte, ríos de sangre hirviente
que bandidos, criminales y violadores derramaron en su anterior vida malviviente.
Pasé al lado de los violentos,
Cuyos cuerpos castigaban las Harpías.
No miré fijamente, pues observaban que las veía.
Allí me detuvieron un instante, pues imaginaron que una hipócrita acudía incensante.
Con gran pesar me dejaron pasar, pues Virgilio una vez más consiguióme librar.
Finalmente el octavo dejé atrás y cruzando el ancho foso que los separa al noveno fuimos a parar.
Aquí estaban los traidores, cuyas lágrimas eran congeladas,
Finalmente el octavo dejé atrás y cruzando el ancho foso que los separa al noveno fuimos a parar.
Aquí estaban los traidores, cuyas lágrimas eran congeladas,
impidiendo así el último desahogo que les permitía esas gotitas heladas.
Asombrada estaba cada vez que un nivel avanzaba,
de la crueldad de aquel lugar
que castigaba con malicia sin cesar.
En el noveno vi Titanes, Gigantes y conspiradores,
Que de menor a mayor
conducen el camino hasta el Infierno más profundo donde destaca el gran traidor.
Aquel que una vez tuvo alas, aquel que cayó y se lastimó.
Un ángel que fue divino y ahora es muy diferente su destino.
ya no tenía miedo, pues era hora de afrontar mi sino.
Ante Él me situé y mi sentencia y castigo esperé,
Pues comenzó a enumerarme mis pecados.
Cada vez temía más por el trágico final,
ya sólo me quedaba por conocer cuál sería mi condena
que ahuguraba mi viaje al Tartarus,
y si podría tener ayuda como Ariadna ayudó a Teseo con el Minotaurus.
Cuando acabó de valorar mis hechos,
Ocurrió una cosa que jamás preví.
No estaba hecha para quedarme allí,
había sido todo una lección que aprender debí.
Tendría que revivir mi vida
y saber cómo sobrevivir.
Porque cuando me diese cuenta de que se te puede acabar en un instante
desearía tener ganas, sin importarme lo instrascendental, de vivir.
Había superado los nueve círculos de averno,
Había visto los peores castigos para los peores pecadores
Había imaginado pasar la eternidad en aquel lugar
Y al final, es que me echaron del infierno
porque me faltaban pecados que realizar.